FIRMAS: Manuel Hidalgo, LM Anson, R Amón, C Toro, L Oz, E Landaluce
La avispa
DESAYUNABA en una terraza cuando una avispa se personó sobre mi café y el
cruasán endulzado con mermelada de ciruela. Demasiado cerca. ¿Qué hacer? Lenin
no dejó dicho lo que era menester hacer ante el acoso amenazante de la avispa.
Ciertas escuelas recomiendan mantener la calma ante el vuelo acechante del, por lo demás, insignificante himenóptero. Los propagandistas de esta actitud consideran que el insecto se desentiende de ti si tú te desentiendes de él. Afirman que si comienzas a ahuyentarla con un periódico –para eso sirven los periódicos a la hora del desayuno–, la avispa se ofende, se siente agredida y va a por ti.
Dilema. No está demostrado que la avispa no tome la decisión de picarte por el mero hecho de que tú no plantes batalla. De hecho, las avispas pican a gente que ni las ha visto. Y también es plausible la teoría de que la avispa, incomodada por tu actitud hostil –manotazos al aire– y nada consciente de que ha sido ella la que ha invadido tu territorio, se excite contra ti hasta lograr clavar su aguijón donde más te dolerá.
¿Qué hacer? En la calma siempre hay una doble y paradójica sensación de debilidad y de potencia. ¿Ignoras al posible agresor porque te sabes superior a él o porque temes su reacción airada? Claro que plantarle cara y entrar en combate antes de tiempo es declarar una guerra que sobre el papel –o el cruasán- el bicho todavía no te había declarado, aunque se estuviera insinuando.
Las avispas no tenían antes tan mala prensa. Nadie deseaba sufrir uno de sus picotazos, pero, llegado el caso, se tenía por cierto que un poco de colonia, algo de barro o una succión del aguijón eran suficientes para no llegar a tener más que incidentales molestias en la zona afectada. Ahora se piensa que el picotazo de la avispa, alérgicos que somos a todo lo que viene, puede ser mortal.
No sabemos a qué atenernos, y ése es un fuerte rasgo de los tiempos. Sobre todo entre los varones. ¿Un hombre palmoteando contra la avispa con el rostro demudado? Eso no lo haría Bogart en presencia de una dama. A la avispa, no, pero a la dama le daría un bofetón dos minutos más tarde –incluso sin motivo– refrendando la presunta hombría que acababa de manifestar con su impasibilidad ante la avispa. ¡Vaya lío!
Éste es un artículo político, pero quizás he conseguido que ni se note.
Ciertas escuelas recomiendan mantener la calma ante el vuelo acechante del, por lo demás, insignificante himenóptero. Los propagandistas de esta actitud consideran que el insecto se desentiende de ti si tú te desentiendes de él. Afirman que si comienzas a ahuyentarla con un periódico –para eso sirven los periódicos a la hora del desayuno–, la avispa se ofende, se siente agredida y va a por ti.
Dilema. No está demostrado que la avispa no tome la decisión de picarte por el mero hecho de que tú no plantes batalla. De hecho, las avispas pican a gente que ni las ha visto. Y también es plausible la teoría de que la avispa, incomodada por tu actitud hostil –manotazos al aire– y nada consciente de que ha sido ella la que ha invadido tu territorio, se excite contra ti hasta lograr clavar su aguijón donde más te dolerá.
¿Qué hacer? En la calma siempre hay una doble y paradójica sensación de debilidad y de potencia. ¿Ignoras al posible agresor porque te sabes superior a él o porque temes su reacción airada? Claro que plantarle cara y entrar en combate antes de tiempo es declarar una guerra que sobre el papel –o el cruasán- el bicho todavía no te había declarado, aunque se estuviera insinuando.
Las avispas no tenían antes tan mala prensa. Nadie deseaba sufrir uno de sus picotazos, pero, llegado el caso, se tenía por cierto que un poco de colonia, algo de barro o una succión del aguijón eran suficientes para no llegar a tener más que incidentales molestias en la zona afectada. Ahora se piensa que el picotazo de la avispa, alérgicos que somos a todo lo que viene, puede ser mortal.
No sabemos a qué atenernos, y ése es un fuerte rasgo de los tiempos. Sobre todo entre los varones. ¿Un hombre palmoteando contra la avispa con el rostro demudado? Eso no lo haría Bogart en presencia de una dama. A la avispa, no, pero a la dama le daría un bofetón dos minutos más tarde –incluso sin motivo– refrendando la presunta hombría que acababa de manifestar con su impasibilidad ante la avispa. ¡Vaya lío!
Éste es un artículo político, pero quizás he conseguido que ni se note.
CÁNDIDO MÉNDEZ
Tienes la obligación moral de explicar lo ocurrido en
Andalucía
Mi querido secretario general… Tengo el mejor concepto sobre tu persona. Eres un hombre honrado, un sindicalista de vocación, un defensor eficaz de los derechos de los trabajadores. No estoy de acuerdo en que hayas prorrogado tus mandatos hasta cifras escandalosas que bordean la dictadura sindical, pero eso está en función en gran parte de los que te rodean.
Convendrás conmigo en que las informaciones publicadas en EL MUNDO desde hace varias semanas exigen una respuesta nítida por tu parte. No se trata de lanzar cortinas de humo a través de personas intermedias. El asunto reviste tal gravedad que la opinión pública está a la espera de que te enfrentes a las denuncias de forma personal.
En la Guardia Civil, en la Policía Nacional, en los colectivos profesionales de los arquitectos o de los médicos hay garbanzos negros, hay gentes que prevarican. Y lo mismo ocurre en otros muchos sectores de la vida española. Resulta inevitable porque la condición humana es como es. Pícaros, ladrones, trapisondistas, caraduras, sinvergüenzas y giliporcelanas los ha habido siempre. Y no hay que defenderlos porque sean «de los nuestros». Lo que procede es cantar la palinodia, reconocer las tropelías cometidas, pedir perdón a la opinión pública y tomar medidas para que no se repitan los abusos.
Las denuncias de EL MUNDO, contrastadas y documentadas, han sacudido el espinazo sindical y alarman por su gravedad. No se trata de robar a una empresa o a un empresario, lo que sería también lamentable. Se trata de que algunos dirigentes sindicales se han forrado los bolsillos con dinero público destinado a aliviar la situación de los trabajadores en paro o han desviado ese dinero para pagar banquetes opíparos, viajes gratis total y gastos de UGT Andalucía.
Si no quieres emborronar tu imagen, mi querido secretario general, deberás coger el toro por los pitones astifinos, sentarte ante las cámaras de televisión, abandonar por una vez la verborrea soleada y demostrar en su caso que no son ciertas las informaciones publicadas. Y si lo fueran, reconocerlo abiertamente y solicitar disculpas públicas para que la acción desalmada de algunos no comprometa la osatura del sindicato, de la central que Nicolás Redondo situó durante la Transición en la cumbre del prestigio y la eficacia, al servicio de los trabajadores españoles a los que presuntamente algunos ugetistas están robando ahora de forma descarada.
CRISTÓBAL HALFFTER
Triunfa en Alemania su ópera ‘Schachnovelle’
Querido Cristóbal… El público alemán, el más entendido del mundo en música, te ovacionó largamente y puesto en pie, conmocionado por la calidad de tu ópera Schachnovelle. Cuando apareciste sobre el escenario del gran teatro de Kiel se produjo el delirio compartido por Aribert Reiman y Peter Ruzicka, que estaban en el patio de butacas. Mientras alguna cancioncilla menor desborda los espacios destacados en los canales españoles de televisión, tu éxito en Alemania apenas ha sido mencionado.
España ocupa un lugar secundario en la historia de la composición musical. Carecemos de un Bach, de un Beethoven, de un Mozart. Podemos exhibir a Velázquez, a Goya, a Picasso, a Miró, a Cervantes, a Lorca, a Gaudí, a Chillida, a Buñuel pero ni siquiera Falla, a pesar de su deslumbrante calidad, se mueve en la cabeza de la música universal.
Con tu Adagio en forma de rondó pusiste una pica en Flandes, es decir, en Salzburgo, adornándote con el reconocimiento universal, potenciado por un director ruso rompedor y vibrante, Semyon Bychkov. En Madrid, nos asombraste con tu ópera Don Quijote y, a lo largo de tu extensa vida, tu producción musical, instalada en la mejor vanguardia, te ha colocado en lugar cimero de la música universal.
Tu ópera Schachnovelle adapta la obra célebre de Stefan Zweig, Novela de ajedrez, que escribió cuando ya había decidido suicidarse. En su adaptación a la ópera planteas ante el espectador el choque entre el hombre libre y el nazismo en la Viena anexionada por la voracidad de Hitler. La crítica alemana, tan rigurosa, tan independiente, se ha volcado contigo. Peter Krause, en Die Welt, el gran diario germano, califica de «genialmente habilidosa» tu ópera: «En ella –escribe– lucha el idealismo contra el materialismo, el espíritu contra el dinero, la libertad contra la dictadura».
Así es, mi admirado Cristóbal, músico manantial e insobornable, que te escribo estas líneas públicas para dejar constancia del extraordinario, del insólito éxito que has cosechado en Alemania para satisfacción de todos los que en España hemos seguido, año tras año, desde hace décadas, tu vida de creación al servicio de la música más exigente.
ANTONIO BURGOS
El Rey cumple con su deber
Querido Antonio… Has escrito un espléndido artículo sobre la hospitalización del Rey. «Los mismos que mandaban a la señora Cifuentes a la privada querían mandar al Rey a la pública». Y no solo para «rosmar amenazas», en expresión de Valle-Inclán, no solo para denunciar un salto de pértiga sobre las listas de espera sino para organizar todos los días la marea blanca ante las regias napias de Su Majestad.
Pero lo que más me ha admirado de tu artículo es el párrafo incontestable que has escrito: «¡Cómo son de desagradecidos con este Rey que los sacó de aquel agujero en el que estaban escondidos, hasta las mismísimas trancas, en la noche aciaga del 23-F! Y no destacan que en esta España donde se pide la baja laboral por la micción de un felino, o sea, por la meá de un gato, este Señor, con unos dolores espantosos, recibió ayer sin inmutarse en La Zarzuela las cartas credenciales de 16 embajadores, 16, puestos de tres en fondo».
Cuando hay gentes que se cogen una baja de dos semanas porque les van a hacer las pruebas de preanestesia, explicas, cuando todos tenemos experiencia de los abusos de algunos listos en una buena parte de las empresas para escaquearse del trabajo, ahí está el Rey, trabajando hasta el último momento al servicio de los españoles, aguantando unos dolores espantosos. Igual que su padre, Juan III, que en la clínica de Navarra asombraba a todos al no proferir una queja cuando las enfermeras se daban cuenta de que el dolor que sufría era extremo y él, en aquellos días últimos de su vida, contemplaba con serenidad absoluta cómo empalidecía el esplendor en la hierba, cómo se apagaban las antiguas risas, cómo apretaban los viejos dolores enterrados.
Hay que olvidar, querido Antonio, las insidias, las calumnias, las agresiones a la Monarquía y mirar hacia adelante para que las nuevas generaciones esparzan las cenizas del poder y construyan el futuro de España sobre bases estables de libertad y prosperidad, de justicia social.
‘Papi-girls’ y ‘papi-boys’
La justicia romana intervino recientemente para legitimar el uso de papi-girl
en las crónicas periodísticas. Se desvanecía la querella interpuesta por las
odaliscas del harén de Berlusconi que asumieron responsabilidades políticas
–hubo incluso ministras– sin que mediaran otros méritos conocidos que la
elasticidad en las fiestas bunga-bunga.
Les indignó que las llamaran papi-girl. Quizá porque Berlusconi, más que su padre, podría ser su abuelo. Por ejemplo, la papi-girl Francesca Pascale, portada del Vanity Fair a propósito del entrañable noviazgo con Berlusconi y de la expectativa de boda. Expectativa más suya que del magnate italiano con un argumento que se antoja incontestable: «Siempre he amado a Berlusconi. Por eso debe concederme el sí».
Emulando a Groucho Marx en su cortejo interesado de la señora Claypool, podría haber aclarado que su fortuna nada tiene que ver con el amor que siente hacia él. El problema es que amar a Berlusconi desde siempre, igual que hacen los jugadores de fútbol con el equipo que acaba de ficharlos y con el siguiente también, era bastante inverosímil en su caso porque nació la papi-girl cuando il Cavaliere tenía casi 50 años y era el dueño del Milan y ya había comprado varios jueces y estaba a punto de crear Forza Italia.
Ahora también está a punto de crear Forza Italia otra vez como un remedio supersticioso a la expulsión del Parlamento prevista la semana que viene. Sería la parodia de la parodia, como la boda con Francesca Pascale, pero el revuelo que ocasiona la dimisión solidaria de sus ministros, la espantá sincronizada de sus diputados y la presumible caída del Gobierno demostrará que Berlusconi, embalsamado, apuntalado, momificado y esclavo del viagra, permanece coartando e intimidando la política tricolore, quizá en entrañable alusión al eslogan con que la propia novia de Silvio Berlusconi se movilizó espontáneamente delante de su casa en la avanzadilla de un grupo de vecinos: «Si te vas, te echaré de menos».
Y le echaran de menos los papi-boys. Que no son precisamente efebos en las fiestas bunga-bunga–ya dijo Putin que la justicia italiana no perdona a Berlusconi que sea un macho–, sino los corifeos que han jaleado a il Cavaliere y que han vivido de él, naturalmente aceptando el papel de marionetas en manos de un titiritero cuya notoriedad provenía también de la mediocridad circundante y de la lealtad incondicional y obligatoria, como viene a demostrarlo la inmolación colectiva de los ministros.
Letta debería aprovechar el desplante para romper definitivamente el hilo de conveniencia con que la izquierda ha reanimado de manera sistemática a Berlusconi. Los excesos de Il Cavaliere convertían el antiberlusconismo en la solución providencial a la ausencia de un proyecto propio, pero el cinismo y la temeridad de semejante estrategia protegían la impunidad del magnate y ha degenerado en un Gobierno de concentración nacional que Berlusconi mantenía secuestrado a beneficio de su incolumidad. Quizá pensando que el Supremo nunca osaría condenarlo en firme y que los parlamentarios, tantas veces sensibles a la tentación de su dinero, no se atreverían a degradarlo con la expulsión, tal como, en cambio, sucederá esta misma semana.
Es una prueba inequívoca de la agonía de Silvio Berlusconi y una oportunidad histórica para confinarlo en el Museo de Cera, dejándolo como está. Podrá discutirse la fatalidad del momento y objetarse la reacción perniciosa de la prima de riesgo, pero los obstáculos coyunturales y la presunta crisis institucional –no existe mayor vulneración de la instituciones que el propio Berlusconi– o el efecto contagio en España representan una anécdota respecto al hito que implica extirpar de la Unión Europea la mayor anomalía de la democracia. Que se ha prolongado 20 años sobre la base de una paradoja más antropológica que política o plebiscitaria: Berlusconi nunca tuvo votantes. Tuvo telespectadores. Para contentarlos y remediar su desasosiego, nada mejor que el antídoto catódico de una boda. Diga que sí, Papi, diga que sí.
Les indignó que las llamaran papi-girl. Quizá porque Berlusconi, más que su padre, podría ser su abuelo. Por ejemplo, la papi-girl Francesca Pascale, portada del Vanity Fair a propósito del entrañable noviazgo con Berlusconi y de la expectativa de boda. Expectativa más suya que del magnate italiano con un argumento que se antoja incontestable: «Siempre he amado a Berlusconi. Por eso debe concederme el sí».
Emulando a Groucho Marx en su cortejo interesado de la señora Claypool, podría haber aclarado que su fortuna nada tiene que ver con el amor que siente hacia él. El problema es que amar a Berlusconi desde siempre, igual que hacen los jugadores de fútbol con el equipo que acaba de ficharlos y con el siguiente también, era bastante inverosímil en su caso porque nació la papi-girl cuando il Cavaliere tenía casi 50 años y era el dueño del Milan y ya había comprado varios jueces y estaba a punto de crear Forza Italia.
Ahora también está a punto de crear Forza Italia otra vez como un remedio supersticioso a la expulsión del Parlamento prevista la semana que viene. Sería la parodia de la parodia, como la boda con Francesca Pascale, pero el revuelo que ocasiona la dimisión solidaria de sus ministros, la espantá sincronizada de sus diputados y la presumible caída del Gobierno demostrará que Berlusconi, embalsamado, apuntalado, momificado y esclavo del viagra, permanece coartando e intimidando la política tricolore, quizá en entrañable alusión al eslogan con que la propia novia de Silvio Berlusconi se movilizó espontáneamente delante de su casa en la avanzadilla de un grupo de vecinos: «Si te vas, te echaré de menos».
Y le echaran de menos los papi-boys. Que no son precisamente efebos en las fiestas bunga-bunga–ya dijo Putin que la justicia italiana no perdona a Berlusconi que sea un macho–, sino los corifeos que han jaleado a il Cavaliere y que han vivido de él, naturalmente aceptando el papel de marionetas en manos de un titiritero cuya notoriedad provenía también de la mediocridad circundante y de la lealtad incondicional y obligatoria, como viene a demostrarlo la inmolación colectiva de los ministros.
Letta debería aprovechar el desplante para romper definitivamente el hilo de conveniencia con que la izquierda ha reanimado de manera sistemática a Berlusconi. Los excesos de Il Cavaliere convertían el antiberlusconismo en la solución providencial a la ausencia de un proyecto propio, pero el cinismo y la temeridad de semejante estrategia protegían la impunidad del magnate y ha degenerado en un Gobierno de concentración nacional que Berlusconi mantenía secuestrado a beneficio de su incolumidad. Quizá pensando que el Supremo nunca osaría condenarlo en firme y que los parlamentarios, tantas veces sensibles a la tentación de su dinero, no se atreverían a degradarlo con la expulsión, tal como, en cambio, sucederá esta misma semana.
Es una prueba inequívoca de la agonía de Silvio Berlusconi y una oportunidad histórica para confinarlo en el Museo de Cera, dejándolo como está. Podrá discutirse la fatalidad del momento y objetarse la reacción perniciosa de la prima de riesgo, pero los obstáculos coyunturales y la presunta crisis institucional –no existe mayor vulneración de la instituciones que el propio Berlusconi– o el efecto contagio en España representan una anécdota respecto al hito que implica extirpar de la Unión Europea la mayor anomalía de la democracia. Que se ha prolongado 20 años sobre la base de una paradoja más antropológica que política o plebiscitaria: Berlusconi nunca tuvo votantes. Tuvo telespectadores. Para contentarlos y remediar su desasosiego, nada mejor que el antídoto catódico de una boda. Diga que sí, Papi, diga que sí.
El día eterno de Florence Griffith
Los Juegos Olímpicos de Seúl’88 han regresado estos días a nuestras vidas
rememorando el cenit y caída de Ben Johnson, cuyo caso de dopaje significó lo
que se ha dado en llamar «el fin de la inocencia» (y quizás de la hipocresía).
Pero hubo en Seúl más episodios inolvidables del atletismo, ligados, al menos
oficialmente, a la limpieza. Tres récords del mundo establecidos entonces, todos
ellos femeninos, permanecen vigentes.
Florence Griffith-Joyner corrió los 200 metros en 21.34. Jackie Joyner-Kersee sumó 7.291 puntos en heptatlón y el equipo soviético (Ladovskaya, Nazarova, Pinigina, Bryzgina) registró 3:15.17 en los relevos 4x400. Como curiosidad, Florence estaba casada con Al Joyner, campeón olímpico de triple salto en 1984, y hermano de Jackie, esposa a su vez de Bob Kersee, entrenador de Florence.
De todas esas plusmarcas, la de Griffith, conseguida tal día como hoy, el 29 de septiembre, sigue causando un asombro que el tiempo no ha hecho más que incrementar. Antes de esa fecha, el primado universal correspondía a las alemanas orientales Marita Koch y Heike Drechsler. Ambas, en un par de ocasiones cada una, habían corrido en 21.71.
Pero aquel 29 de septiembre que en su pervivencia se antoja eterno, Griffith, en las semifinales, a las 15.00 horas, rebajó el tope hasta 21.56. Un mordisco de 15 centésimas. En la final, una hora y 40 minutos después, voló hasta 21.34. Un tajo aún mayor de 22 centésimas. Dejó atrás a Grace Jackson (21.72), a la propia Drechsler (21.95) y a Merlene Ottey (21.99). Nunca ha habido una carrera igual. Con esa marca, Griffith hubiera sido cuarta en el Campeonato de España masculino de este año.
Florence Griffith era una excelente velocista que había logrado, en los 200 metros, la plata en los Juegos de Los Angeles’84 y en el Campeonato del Mundo de Roma’87. También el oro en los 4x100 de Roma. Pero en 1988 experimentó una transformación súbita y brutal. Milagro o brujería. En Indianápolis, en los Campeonatos USA que servían de trials de selección olímpica, corrió las series preliminares de los 100 metros en 10.49. En la final realizó 10.61. Dos meses después, en la final olímpica, haría 10.62. Todavía son las tres mejores marcas de siempre.
Los dos récords del día 29 en los 200 culminaron la portentosa exhibición individual de la estadounidense. Se habló, naturalmente, de dopaje, aunque casi en sordina, a causa de los resultados negativos en unos controles que, después de todo, como se había demostrado en el caso de Johnson, parecían de fiar. En su importancia, en la repercusión planetaria de su manchado nombre, Ben Johnson, por un lado, extendía las sospechas con efectos retroactivos y a título colectivo. Pero, por otro, las absorbía como si se responsabilizara de ellas en solitario. En Seúl hubo tantos elogios como dudas para la físicamente llamativa Flo-Jo, que se retiró un año después para hacer carrera en el mundo de la moda.
Su prematuro fallecimiento en 1998, a los 38 años de edad, removió todas las suspicacias alimentadas por el tiempo y los ecos inviolados de unas proezas indemnes. La familia negó cualquier intervención del dopaje en forma de secuelas en la muerte de la atleta, producida por una apoplejía cerebral mientras dormía. Rechazó el dopaje mismo como un insulto y una ofensa a su memoria y la de sus hazañas.
Pero lo cierto es que hoy se mezclan a partes iguales la admiración y la incredulidad a la hora de juzgar unos récords que perviven bañados por la luz más intensa y teñidos de la sombra más oscura.
Florence Griffith-Joyner corrió los 200 metros en 21.34. Jackie Joyner-Kersee sumó 7.291 puntos en heptatlón y el equipo soviético (Ladovskaya, Nazarova, Pinigina, Bryzgina) registró 3:15.17 en los relevos 4x400. Como curiosidad, Florence estaba casada con Al Joyner, campeón olímpico de triple salto en 1984, y hermano de Jackie, esposa a su vez de Bob Kersee, entrenador de Florence.
De todas esas plusmarcas, la de Griffith, conseguida tal día como hoy, el 29 de septiembre, sigue causando un asombro que el tiempo no ha hecho más que incrementar. Antes de esa fecha, el primado universal correspondía a las alemanas orientales Marita Koch y Heike Drechsler. Ambas, en un par de ocasiones cada una, habían corrido en 21.71.
Pero aquel 29 de septiembre que en su pervivencia se antoja eterno, Griffith, en las semifinales, a las 15.00 horas, rebajó el tope hasta 21.56. Un mordisco de 15 centésimas. En la final, una hora y 40 minutos después, voló hasta 21.34. Un tajo aún mayor de 22 centésimas. Dejó atrás a Grace Jackson (21.72), a la propia Drechsler (21.95) y a Merlene Ottey (21.99). Nunca ha habido una carrera igual. Con esa marca, Griffith hubiera sido cuarta en el Campeonato de España masculino de este año.
Florence Griffith era una excelente velocista que había logrado, en los 200 metros, la plata en los Juegos de Los Angeles’84 y en el Campeonato del Mundo de Roma’87. También el oro en los 4x100 de Roma. Pero en 1988 experimentó una transformación súbita y brutal. Milagro o brujería. En Indianápolis, en los Campeonatos USA que servían de trials de selección olímpica, corrió las series preliminares de los 100 metros en 10.49. En la final realizó 10.61. Dos meses después, en la final olímpica, haría 10.62. Todavía son las tres mejores marcas de siempre.
Los dos récords del día 29 en los 200 culminaron la portentosa exhibición individual de la estadounidense. Se habló, naturalmente, de dopaje, aunque casi en sordina, a causa de los resultados negativos en unos controles que, después de todo, como se había demostrado en el caso de Johnson, parecían de fiar. En su importancia, en la repercusión planetaria de su manchado nombre, Ben Johnson, por un lado, extendía las sospechas con efectos retroactivos y a título colectivo. Pero, por otro, las absorbía como si se responsabilizara de ellas en solitario. En Seúl hubo tantos elogios como dudas para la físicamente llamativa Flo-Jo, que se retiró un año después para hacer carrera en el mundo de la moda.
Su prematuro fallecimiento en 1998, a los 38 años de edad, removió todas las suspicacias alimentadas por el tiempo y los ecos inviolados de unas proezas indemnes. La familia negó cualquier intervención del dopaje en forma de secuelas en la muerte de la atleta, producida por una apoplejía cerebral mientras dormía. Rechazó el dopaje mismo como un insulto y una ofensa a su memoria y la de sus hazañas.
Pero lo cierto es que hoy se mezclan a partes iguales la admiración y la incredulidad a la hora de juzgar unos récords que perviven bañados por la luz más intensa y teñidos de la sombra más oscura.
Pensando en Marc
«Desinterés de los editores, racaneo a la hora de cubrir conflictos, despido
y ninguneo de grandes firmas, vacíos y desmanes a nuevas generaciones, bajada
radical de tarifas por pieza...». Así resume Mayte Carrasco en la última edición
de Cuadernos de Periodistas las penurias actuales del oficio de corresponsal de
guerra.
«Cunde poco a poco la sensación de que ir a cubrir una guerra comienza a ser tan difícil como viajar a la Luna, mientras que ver tu texto publicado en un medio español se ha convertido en una experiencia sobrenatural», añade.
Con las mismas palabras o muy parecidas, los medios impresos y digitales, escritos y audiovisuales, han reaccionado esta semana al secuestro, confirmado el pasado martes, del enviado especial de El Periódico a Siria, Marc Marginedas.
Han tenido que secuestrar a un español para que los medios españoles informen de la desaparición de, al menos, 16 periodistas en dicho país. El dato refleja el riesgo de informar sobre el terreno desde Siria, la dependencia inevitable de información sin confirmar de los contendientes sobre la realidad, el valor de los pocos que siguen entrando y arriesgando su vida, y la dificultad de acertar con el tratamiento del problema cuando le toca a uno.
Como ha explicado Enric Hernández, director del diario barcelonés, en cuanto se comprobó la desaparición del periodista el día 4 se optó por el silencio de acuerdo con los responsables de la seguridad española. «Si hemos decidido informar ahora, es por la convicción compartida por quienes saben más de esto de que cuanto más eco, mejor», explicaba el martes en Radio 1.
Cada caso es único y las circunstancias obligan a cambiar los planes sobre la marcha. Del silencio se ha pasado a la publicidad, incluido un suplemento en árabe, por miedo a que los secuestradores confundan a Marc por espía. Bastaría con que leyeran su libro, Periodismo en el campo de batalla, para salir de su engaño.
Finalista del Premio Cirilo Rodríguez de este año, Marc se ha convertido, desde su corresponsalía en Argelia en la segunda mitad de los 90, en uno de los mejores de una tribu cada día peor tratada.
Tras Argelia ha cubierto Afganistán, Pakistán, Irak, las guerras de Libia y Siria (este es su tercer viaje al país en dos años y medio), Chechenia y Líbano. «El ansia de conocer de cerca el islam es lo que me ha llevado a ejercer esta profesión», escribe en su libro.
«Cunde poco a poco la sensación de que ir a cubrir una guerra comienza a ser tan difícil como viajar a la Luna, mientras que ver tu texto publicado en un medio español se ha convertido en una experiencia sobrenatural», añade.
Con las mismas palabras o muy parecidas, los medios impresos y digitales, escritos y audiovisuales, han reaccionado esta semana al secuestro, confirmado el pasado martes, del enviado especial de El Periódico a Siria, Marc Marginedas.
Han tenido que secuestrar a un español para que los medios españoles informen de la desaparición de, al menos, 16 periodistas en dicho país. El dato refleja el riesgo de informar sobre el terreno desde Siria, la dependencia inevitable de información sin confirmar de los contendientes sobre la realidad, el valor de los pocos que siguen entrando y arriesgando su vida, y la dificultad de acertar con el tratamiento del problema cuando le toca a uno.
Como ha explicado Enric Hernández, director del diario barcelonés, en cuanto se comprobó la desaparición del periodista el día 4 se optó por el silencio de acuerdo con los responsables de la seguridad española. «Si hemos decidido informar ahora, es por la convicción compartida por quienes saben más de esto de que cuanto más eco, mejor», explicaba el martes en Radio 1.
Cada caso es único y las circunstancias obligan a cambiar los planes sobre la marcha. Del silencio se ha pasado a la publicidad, incluido un suplemento en árabe, por miedo a que los secuestradores confundan a Marc por espía. Bastaría con que leyeran su libro, Periodismo en el campo de batalla, para salir de su engaño.
Finalista del Premio Cirilo Rodríguez de este año, Marc se ha convertido, desde su corresponsalía en Argelia en la segunda mitad de los 90, en uno de los mejores de una tribu cada día peor tratada.
Tras Argelia ha cubierto Afganistán, Pakistán, Irak, las guerras de Libia y Siria (este es su tercer viaje al país en dos años y medio), Chechenia y Líbano. «El ansia de conocer de cerca el islam es lo que me ha llevado a ejercer esta profesión», escribe en su libro.
La infantita y la salud del ‘abuelo’
Leonor pregunta desde su más tierna infancia cuándo dará su primer discurso
Sería deseable que las Infantas crecieran sin prejuicios y libres de
equivocarse
La infantita Leonor ha informado. El viernes, la heredera del heredero ejerció de portavoz oficiosa de la Familia Real para decir que «está muy bien el abuelo». Algunas versiones apuntan a que la vástaga Borbón-Ortiz dijo «abuelito», cursilada innecesaria que fue inmediatamente desmentida por las plumillas cortesanas como si a la niña, muy mona, se le hubiera escapado algún secreto de Estado. Hubiera sido peor que se hubiera referido al Rey como «yayo» o que hubiese desvelado alguna presencia incómoda en la habitación.
Casa Real va informando del estado del Rey. Se sabe que deambula, extraño verbo, con un andador. Los autores de los comunicados parecen empeñados en trastocar el enigma de la esfinge. ¿Qué ser es de cuatro patas, de dos, de tres y de... ¡seis!? Edipo se hubiera quedado algo despistado: «¡El Rey de España!», diría. Tendría que haber respondido, como en el relato clásico, que se trata del hombre. La moderna cirugía hermana a los reyes y a los pacientes de la Seguridad Social y cualquier recuperación se inicia con las seis patas, las dos propias y las del andador.
Cuadrúpedos ya sólo quedan los borrachos y los niños, que al final, según una memez proverbial, siempre dicen la verdad. Quizá por eso Zarzuela se haya inclinado por una niña de ocho años para hablar de la salud del Rey.
Sólo los insensatos podrían envidiar el destino de la infantita Leonor, que al parecer, desde su más tierna infancia, pregunta impaciente cuándo dará su primer discurso. Una paradoja que ha de preocupar a su madre que, dicen, reprende a quien la llama señora o Doña Letizia. Muchas veces me pregunto qué opinará la Princesa de todas las sandeces que se escriben (escribimos) sobre ella. Prefiero imaginarla muerta de risa que con el ceño fruncido, que luego hay que gastar en botox.
De momento, de Leonor sólo se puede decir que es una niña de ocho años que habla de su abuelo y los periódicos ya dicen que informa. Es la tragedia de los miembros de la Familia Real. No son libres de palabra, obra y omisión. Y los duros barrotes que les impiden ser ellos mismos no son los medios sino la transparencia, ese afán por ocultar lo que debería ser su principal virtud: la naturalidad. Ellos también son humanos, fieramente humanos, incluso. En lo referido a la pecunia, también.
La Corona británica cimenta su prestigio en la tradición y en la Reina, pero también en el adulterio, las juergas en pelota en Las Vegas y los tampax. Y ¿qué pasa? Nada. Ya lo dijo Jorge V a la muerte de su padre, Eduardo VII, encantador, mujeriego, jugador y terriblemente popular entre sus súbditos. «Yo no creo poder acertar con este país, porque detesto las carreras de caballos y adoro a mi mujer».
Educar a Leonor ha de ser una tarea sumamente ardua. ¿Cómo se enseña a una niña que sabe que va a ser reina? ¿Qué hacer para que comprenda el mundo desde esa perspectiva? Crecer entre algodones debe de acabar asfixiando. Los Príncipes tienen una ardua tarea por delante. No se trataría tanto del regio destino que le aguarda a su hija sino de la ruin idiosincrasia de los que se suelen arrimar al poder. En Zarzuela los Patronio, el ayo de El conde Lucanor, suelen acabar de patitas en la calle. La historia de Sabino Fernández Campo es de sobra conocida.
El problema más grave quizá radique en la cortesanía, «en los ni quito, ni pongo rey pero ayudo a mi señor». Casi nadie está libre de servidumbres. De ahí que la verdad sin matices se persiga. Cualquiera teme las represalias ya sea en forma de despido, paliza o insulto, por citar alguna reacción básica, o la retirada del saludo en Gstaad (Suiza), para las almas más sensibles al qué dirán social.
Pero el peloteo existe, como los niños mimados, en todos los ámbitos. Sería deseable que Leonor y Sofía creciesen sin prejuicios y libres de equivocarse, meter la pata y hacer el ridículo. Como cualquiera (en eso Letizia tiene razón). Pero sobre todo, sin miedo a la verdad. Y para eso, hay que librarse de los pelotas y tomarse menos en serio.
La infantita Leonor ha informado. El viernes, la heredera del heredero ejerció de portavoz oficiosa de la Familia Real para decir que «está muy bien el abuelo». Algunas versiones apuntan a que la vástaga Borbón-Ortiz dijo «abuelito», cursilada innecesaria que fue inmediatamente desmentida por las plumillas cortesanas como si a la niña, muy mona, se le hubiera escapado algún secreto de Estado. Hubiera sido peor que se hubiera referido al Rey como «yayo» o que hubiese desvelado alguna presencia incómoda en la habitación.
Casa Real va informando del estado del Rey. Se sabe que deambula, extraño verbo, con un andador. Los autores de los comunicados parecen empeñados en trastocar el enigma de la esfinge. ¿Qué ser es de cuatro patas, de dos, de tres y de... ¡seis!? Edipo se hubiera quedado algo despistado: «¡El Rey de España!», diría. Tendría que haber respondido, como en el relato clásico, que se trata del hombre. La moderna cirugía hermana a los reyes y a los pacientes de la Seguridad Social y cualquier recuperación se inicia con las seis patas, las dos propias y las del andador.
Cuadrúpedos ya sólo quedan los borrachos y los niños, que al final, según una memez proverbial, siempre dicen la verdad. Quizá por eso Zarzuela se haya inclinado por una niña de ocho años para hablar de la salud del Rey.
Sólo los insensatos podrían envidiar el destino de la infantita Leonor, que al parecer, desde su más tierna infancia, pregunta impaciente cuándo dará su primer discurso. Una paradoja que ha de preocupar a su madre que, dicen, reprende a quien la llama señora o Doña Letizia. Muchas veces me pregunto qué opinará la Princesa de todas las sandeces que se escriben (escribimos) sobre ella. Prefiero imaginarla muerta de risa que con el ceño fruncido, que luego hay que gastar en botox.
De momento, de Leonor sólo se puede decir que es una niña de ocho años que habla de su abuelo y los periódicos ya dicen que informa. Es la tragedia de los miembros de la Familia Real. No son libres de palabra, obra y omisión. Y los duros barrotes que les impiden ser ellos mismos no son los medios sino la transparencia, ese afán por ocultar lo que debería ser su principal virtud: la naturalidad. Ellos también son humanos, fieramente humanos, incluso. En lo referido a la pecunia, también.
La Corona británica cimenta su prestigio en la tradición y en la Reina, pero también en el adulterio, las juergas en pelota en Las Vegas y los tampax. Y ¿qué pasa? Nada. Ya lo dijo Jorge V a la muerte de su padre, Eduardo VII, encantador, mujeriego, jugador y terriblemente popular entre sus súbditos. «Yo no creo poder acertar con este país, porque detesto las carreras de caballos y adoro a mi mujer».
Educar a Leonor ha de ser una tarea sumamente ardua. ¿Cómo se enseña a una niña que sabe que va a ser reina? ¿Qué hacer para que comprenda el mundo desde esa perspectiva? Crecer entre algodones debe de acabar asfixiando. Los Príncipes tienen una ardua tarea por delante. No se trataría tanto del regio destino que le aguarda a su hija sino de la ruin idiosincrasia de los que se suelen arrimar al poder. En Zarzuela los Patronio, el ayo de El conde Lucanor, suelen acabar de patitas en la calle. La historia de Sabino Fernández Campo es de sobra conocida.
El problema más grave quizá radique en la cortesanía, «en los ni quito, ni pongo rey pero ayudo a mi señor». Casi nadie está libre de servidumbres. De ahí que la verdad sin matices se persiga. Cualquiera teme las represalias ya sea en forma de despido, paliza o insulto, por citar alguna reacción básica, o la retirada del saludo en Gstaad (Suiza), para las almas más sensibles al qué dirán social.
Pero el peloteo existe, como los niños mimados, en todos los ámbitos. Sería deseable que Leonor y Sofía creciesen sin prejuicios y libres de equivocarse, meter la pata y hacer el ridículo. Como cualquiera (en eso Letizia tiene razón). Pero sobre todo, sin miedo a la verdad. Y para eso, hay que librarse de los pelotas y tomarse menos en serio.
Etiquetas: Firmas
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